"Mirá, José Pablo, vos tenés muchas buenas cualidades. Pero creo -creo, eh- que la modestia no figura entre ellas", le dice Néstor Kirchner a José Pablo Feinmann. Acto seguido el filósofo pone en duda que la modestia sea una buena cualidad y defiende la falta de modestia siempre y cuando "no implica un desdén por ellos sino una afirmación sobre tus valores, sobre lo que podés hacer, sobre una autoestima que te da coraje, que alienta tu desparpajo, tu osadía, tu creatividad".
Feinmann, qué duda cabe, tiene muy bien trabajada la modestia y sus aledaños, o la falta de modestia y la elocuencia que conlleva.
De allí que entre otras declaraciones de principios confiese que no suele discutir con nadie. Porque se aburre. "Cuando el otro dice dos palabras ya adivino las que va a decir después".
Esta referencia al aluvional egocentrismo de Feinmann está lejos de pretender impugnarlo. En todo caso pretende situar al autor de El Flaco (diálogos irreverentes con Néstor Kirchner) y desde ahí comprender de qué va el libro y hasta dónde se sostiene la atrayente invitación del título. Porque, en rigor, los diálogos, lo que se dice diálogos, de Feinmann con el ex presidente, son escasos, laterales, tangenciales. Y en cada uno de ellos, por supuesto, Feinmann queda tan pero tan bien parado que se revela como un consejero copioso, luminoso, providencial y primordial. El portador de las mejores respuestas para las peores preguntas. Sólo por beneficio del goteo narrativo encontraremos ingredientes capaces de paliar la sed que promueve el estruendoso enunciado El Flaco.
Pero de El Flaco, qué va, no sabremos mucho más de lo que ya sabemos. Apenas si cada tanto, cada unas cuantas páginas, Feinmann nos lleva de la mano a la cocina de Kirchner, del Kirchner presidente, del Kirchner ansioso de empaparse de las jugosas ideas de Feinmann (subrayado esto, conste, sin atisbo de ironía), para mostrarnos en clave coloquial cómo un estadista piensa en voz alta el trazo grueso y el trazo fino de sus estrategias políticas, de sus modos de hacer política, de sus medios y de sus fines.
Pero, urge la insistencia, se trata, a lo más, de dosis homeopáticas en un libro de 318 páginas. Un libro que, sea dicho de una vez, más que retratar a Néstor Kirchner o referir el vínculo que une a Kirchner con Feinmann, viceversa, tiene toda la cara de una autobiografía de Feinmann, o de un diario de Feinmann, o de un opíparo ensayo de Feinmann, uno de los tantos espléndidos ensayos de Feinmann. Que eso es otra cosa.
No iremos a descubrir ahora la brillantez de Feinmann ni lo profuso y valioso de su obra. Sea como ensayista, sea como guionista cinematográfico, sea como novelista, que es la carta de presentación que más le place. De hecho, en El Flaco hay unas cuantas definiciones dignas de ser pensadas (por caso: "Si el radicalismo murió por carencia, el peronismo murió por exceso") y una extensa lista de temas que aborda sin pelos en la lengua y al socaire de una escritura vigorosa en competencia, en precisión y en belleza.
Historia, filosofía, filosofía política, la política a secas, la concepción del Estado, las izquierdas, los movimientos insurgentes, las rémoras de los 60, etcétera, y, desde luego, una serie de personajes entre los cuales destacan Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner: "el presidente más brillante, más lúcido, más veloz y de mejor formación política que tuvo este país". Que ahí, justamente ahí, anida el sustrato de estos esporádicos diálogos irreverentes: El Flaco es una encendida defensa del ideario K, formulada en los términos expansivos y autorreferenciales de un Feinmann auténtico.
Un Feinmann acorde con las expectativas de su egolatría y de su club de admiradores.
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Walter Vargas - Periodista, escritor y psicólogo social.